David Nalbandian Shanghai Masters - Como un David posmoderno
-Nalbandian rompió en Shanghai la barrera del sonido. Tenía que ganar el Masters así, con sabor a hazaña.
Contra todo pronóstico y con la rabia de los elegidos.
Sólo con todos esos atributos – y con una actuación por cierto formidable – podía doblegar a Roger Federer, ese robot suizo programado para demoler rivales en base a un talento de fría precisión y vistosidad, que este año casi no conoció la palabra derrota. Nalbandian fue como un David posmoderno, armado con raqueta y coraje en lugar de piedra y honda, ante un coloso del tenis de estos días, un Goliath reciclado,
un gigante del circuito profesional acaso más exigente del deporte contemporáneo. La consagración de Nalbandian es casi una metáfora: el originario héroe mitológico que nutrió las
tradiciones de los pueblos se asume en el tercer milenio como el héroe deportivo, globalizado, universal, glorificado en los triunfos sublimes o en aquellas derrotas homéricas, dignas de la virtud de la victoria.
Su triunfo es también un baño depurador que reivindica al tenis argentino, puesto en el pedestal – de la sospecha, no de la gloria
– por casos de doping comprobados y presuntos que golpearon a Chela, Coria, Puerta y Cañas. Y es también un friso que deja ver las desmesuras argentinas. De este extraño país -tan nuestro – que viaja del infierno al cielo en cuatro años y que es capaz de generar grandes entre los más grandes del deporte mundial. En la tierra de la NBA, un Ginóbili. En los dominios de Federer, un Nalbandian.
Un pibe que nació cuatro meses antes de la Guerra de Malvinas, que a los 5 años, cuando el país recién recobraba la democracia y el gran Vilas se probaba las ropas del retiro, ya andaba a los raquetazos en la cancha de cemento que le construyó su padre en la serranía cordobesa de Unquillo. El Domingo 20 de Noviembre de 2005 se graduó de héroe deportivo. Aún no cumplió los 24 años: tiene tiempo para construir el mito.
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